En Tampico, Tamaulipas, a medio camino entre la central de autobuses y la Laguna del Carpintero, se encuentra una pequeña calle sin pavimentar. En época de lluvias el lodazal que se forma en esa calle y las aledañas hacen intransitable la zona. Los que ahí habitan se ven en problemas tan sólo para entrar o salir de sus casas a sus trabajos o escuelas. Gobiernos municipales van y vienen, y las condiciones deplorables que imperan en esa colonia permanecen como símbolo evidente del olvido y la indiferencia oficiales ante la pobreza en que viven decenas, acaso cientos de tampiqueños.
Lo irónico del caso es que la callecita perdida de la que hablo se llama Justicia Social. Irónico, porque la tal justicia no existe para este sector de la pujante ciudad tamaulipeca, como no existe para millones de mexicanos que han visto cancelado su futuro, sacrificados sus sueños en el altar del neoliberalismo odioso que en 25 años no ha hecho más que prometer y prometer, sin ofrecer otra cosa que más miseria y exclusión. Ante la nula perspectiva de movilidad social por los cauces legales, ¿extraña que el crimen organizado encuentre terreno fértil para el reclutamiento de su carne de cañón?
La agobiante pobreza, no sólo económica sino de esperanzas, es el pan cotidiano en este México de inicio de siglo. Ante un horizonte tal, cualquier cosa que ayude a olvidar por un momento la realidad es bienvenida. Y si estos escapes vienen a través de situaciones que de por sí tienen hondas raíces en nuestra cultura, como el futbol, las pasiones se desbordan.
Debo confesar que no vi la mayor parte del partido de ayer entre las selecciones de futbol de México y Estados Unidos. Pero me tocó ver los últimos minutos mientras caminaba sobre una de las avenidas más concurridas de la ciudad de México, a esas horas semivacía. Afuera de un restaurante, unas 15 personas veían el partido en las pantallas del establecimiento, repleto de comensales. Justo cuando pasaba frente al local, el árbitro pitó el final del encuentro, y en ese momento fui testigo de una escena supongo no frecuente: un hombre, de traje y corbata, hasta un minuto antes de apariencia sobria, formal, seriedad ejecutiva, etcétera, comenzó literalmente a brincar, a pegar de saltos mientras, con el rostro descompuesto por el llanto y la risa, gritaba "¡a huevo!, ¡a huevooooo!" en un éxtasis que lo llevó a parecer, durante pocos segundos, un niño de nuevo.
Similares escenas se vivieron en el Ángel de la Independencia, donde según reportes cerca de 10 mil personas se dieron cita para festejar. Ver las lágrimas de felicidad, las playeras tricolores, escuchar los gritos de alegría, las porras, los cánticos, ver a un pueblo dar salida a tantos años de rabia y frustración contenidas, no deja de ser contagioso. Hasta yo que presumo de ecuanimidad y de no dejarme llevar fácilmente por la pasión, sentí por un momento henchido de orgullo mi pecho (favor de obviar la frasecita mamona).
Se que hay quienes están en desacuerdo con el monumental circo futbolero y el execrable uso que del mismo hacen desde las televisoras hasta el propio régimen, que lo usa como distractor y enajenador de las masas. No puedo más que coincidir con ellos, en especial cuando proporcionan argumentos sólidos, impecables, sobre por qué el futbol ha sido utilizado como una droga para idiotizar a una ciudadanía que olvida por un momento la debacle en que el panismo tiene sumido al país, embebida por un balón y 22 jugadores. Aquí mismo en el staff de SDP compañeros muy estimados dan las razones de su desacuerdo con la farsa panbolera. Con ellos coincido en muchas de sus apreciaciones; con quienes de plano no concuerdo es con aquellos pseudo izquierdistas progres que afirman con aire de superioridad que el del futbol es un asunto "para retrasados mentales", para masas estúpidas, hordas de civiles despojados de toda inteligencia, y que por lo tanto ellos jamás de los jamases han visto un partido de futbol en su vida. Lamento no compartir su visión amargosita de la vida; yo sí veo futbol (no lo practico, tengo dos pies izquierdos, ja), le voy a las Chivas a pesar de Jorge Vergara, he mentado madres con el atropellado caminar de México por la eliminatoria rumbo a Sudáfrica, y también tenía ganas de que se le ganara a los gringos. Creo que si con todo ello podemos conservar la mente lúcida para luchar por mejores condiciones de vida, para exigirle a nuestras "autoridades" que ya no la caguen tiro por viaje, que rindan cuentas claras, que se termine el régimen de privilegios, y demás banderas de la izquierda democrática, no tiene nada de malo dejarse llevar de vez en cuando por la euforia de que por fin, aunque sea por una ocasión, no se cumplió aquello de "jugamos como nunca, y perdimos como siempre".
Felicidades, México.
Soy de izquierda y entre la peor crisis quizá desde la Revolución considero refrescante este triunfo, se que las muchos se colgarán de ese triunfo pero necesitamos celebrar algo, eso no implica que no hay que estar conciente de la terrible situación que impera en México...