El día de mañana (17 de mayo), es el Día Mundial de Lucha Contra la Homofobia, el cual es una jornada que busca la articulación de acción y reflexión para luchar contra todas las violencias físicas, morales o simbólicas ligadas a la orientación sexual o a la identidad de género. Y, efectivamente, la homofobia es uno de los problemas sociales más grandes que enfrenta la sociedad mundial.
Aquí la solución no implica que estemos de "perdona-vidas" o el ser tolerantes, se trata también de aceptar y respetar la diversidad sexual; un llamado para despojarnos de toda la bola de prejuicios que tenemos en contra de la comunidad gay, así como el lesbianismo, transexualismo y el bisexualismo; y dejar de ver a esta gente como enfermos mentales, anormales (que para eso tenemos a los políticos en nuestro país, esos si son unos anormales y algunos hasta sub-normales), e incluso discriminarles por ello.
Yo he tenido la oportunidad y el honor (porque es un honor conocer la calidad de persona que son), de convivir con ellos, la única diferencia que he encontrado ha sido la orientación sexual y la ideología, pero en cuestiones intelectuales todos los seres humanos nunca compartimos al cien por ciento la filosofía del otro. De ahí en fuera, tambien sangran -y del mismo color-, lloran, se ríen, tienen las mismas necesidades económicas y de vivienda, etc. Entonces, ¿cuál es el problema con ellos?
El hecho de pensar que la homosexualidad, el lesbianismo, bi y transexualismo son una enfermedad me habla de un raciocinio cerrado y retrógrada, desde mi punto de vista. Esto no es una gripa que se les va a quitar con
Teraflú, y siendo honestos ¿a quién de los heterosexuales nos gustaría que nos quitaran nuestra orientación si la sociedad pensara que lo nuestro es un padecimiento? Ahora bien, que van en contra de la naturaleza, hasta donde yo sé no fueron clonados, así que no han cometido ninguna afrenta hacia la humanidad. Y habrá varios queriéndome saltar encima pues la Sagrada Biblia y la Iglesia repudian este tipo de prácticas, por lo que les diré -y heriré la suceptibilidad aunque no quiera porque estos temas teológicos se prestan para esto-,
déjen de traer el librito bajo el brazo derecho y tirar piedras con el izquierdo, pues si a esas vamos, ¿dónde quedó el amor al prójimo? Mejor aún, ¿qué no se supone que todos somos olor a incienso ante el Señor? Y aquí no especifíca ni raza, religión, sexo, clase social u orientación sexual -habría que portarnos más como seres humanos y menos como castrados religiosos.
Si tanto repudio causan -y habría que mandarlos en un asteroide directo al Sol, como un cuate de la universidad me dijo en alguna ocasión-, ¿qué sería de nuestros libros de historia, de la música o el deporte sin ellos? Recordemos a Andy Warhol, Oscar Wilde, Rock Hudson, Martina Navratilova, Freddy Mercury, Greta Garbo, Federico García Lorca, Greg Louganis, Virginia Woolf, y toda una pléyade de personaje históricos que han hecho grandes aportaciones en la ciencia, el arte, literatura, el deporte, la música, etc. ¿Su orientación sexual resultó una limitante en su capacidad como seres humanos o en su talento? No, entonces, e insisto, ¿cuál es el problema con ellos?.
Respeto, tolerancia y diversidad, palabritas que nos encontramos en todos lados, que hemos empleado o nos han dicho, pero que al ponerlas en práctica no nos sale muy bien que digamos ¿no? Una vez, una amiga me preguntó qué sería de los heterosexuales si vivieramos en una sociedad gay, en donde los heteros fueran los "raritos" ¿cómo sería la heterofobia?
Al final de cuentas, como dijo el filósofo contemporáneo Alex Lora del Tri "cada quien es libre de hacer de su vida un 'cucurucho' y metérselo donde mejor le plazca", frase que yo uso sin la más mínima intención de ofender a nadie, sólo con propósitos ilustrativos.